16.4.14

El arte de equivocarnos.

Querido Desconocido:

¿No te cansas de actuar por inercia? ¿No es agotador ser robots autómatas que se mueven al ritmo de una acción superior?
Pensar. Pensar. Pensar. ¿No te cansas de pensar? 
¿Y la razón? ¿Para qué sirve esa insufrible voz que retumba en nuestra cabecita como un martillo a las tres de la mañana? Es como la resaca tras una noche intensa, el dolor que quieres aplacar a base de aspirinas. Un jodido Pepito Grillo que no deja la nariz de Pinocho crecer a base de errores.
Oh, el noble arte de la equivocación. Ese sentimiento de que todo va tan mal que no hay nada que pueda arreglarlo; de que el mundo gira en tu contra y encima vas cuesta arriba; de que las piedras se colocan con el propósito de que tropieces una y otra vez con ellas.
Oh, ese noble arte que todo lo puede. Esa sensación de que eres el Rey del mundo; de que vives en una montaña rusa y que hay que disfrutar cada curva; de que la fuerza que ejerce tu cuerpo para levantarte está directamente relacionada con las esperanzas renovadas que se incorporan al caudal de sangre y adrenalina.



Pero explícame, querido desconocido, qué pasa con el miedo. 
Oh, el miedo, terrible sentimiento que invade cuerpo y alma; bacteria y virus, agente externo que destruye las paredes del sistema inmunológico en un derrumbamiento peligroso y desordenado. Oh, el miedo, fiel seguidor de desdichas y tristezas, líder de las oportunidades perdidas, de los sueños incumplidos.
Miedo: aquello que paraliza tu cuerpo cuando vas a tirarte del trampolín más alto de la piscina de tu urbanización; lo que detiene tus pies cuando decides acercarte a hablar con él, lo que congela las palabras en tus labios que temen el rechazo absoluto. Miedo es que no lo besara cuando tuve oportunidad, que la mano se mantuviera en el volante y que la hebilla del cinturón no se separara de la tela. —No sabes cuán arrepentida estoy—.
Miedo es que no lo hagas porque no te atreves. 
Cobardes.
Somos cobardes en un mundo de riesgos; cobardes en una continua clase de paracaidismo;  cobardes en conformidad con un sistema computarizado. Somos cobardes analíticos sin carácter ni huevos para lanzarnos al abismo del azar. 
No hay huevos.

Así que sí, tengo un problema y lo acepto, desconocido: «Mi problema es analizar la vida, en vez de vivirla». Mi problema es darle tropecientas mil vueltas al regaliz antes de probarlo definitivamente; mover el café infinidad de veces hasta que haya perdido su característico calor; negar con la cabeza antes de sopesar la opción, y levantarme cuando en realidad su fuerza de gravedad me devolvía al colchón. Qué equivocada estaba...
Pedazo de analista que estoy hecha, y pedazo de vividora que quiero ser.

Después de mucho análisis —y más vueltas que un trompo—, me despido.

Una analista analizada en rehabilitación.

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